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sábado, 14 de marzo de 2009

La vida en bici. La de Amsterdam.

Pues otra vez Amtserdam, el lugar perfecto para hacer nuestro I + D sobre los avatares de pedalear todos los días.

Como sabréis, en Amsterdam las bicis son consideradas tráfico: cada calle tiene su carril bici, hay semáforos especiales, reglas de conducción (obligatorio estirar un mano para el lado que uno dobla), y hasta te ponen multa si vas sin luces. Se calcula que hay más de un millón, lo cual significa más bicis que habitantes, y que muchos tienen más de una (como por ejemplo la típica guest bike para visitas). Hay bicicletas donde uno mire e incluso a veces es difícil conseguir estacionamiento.















El parking de la Centraal Station, una pasada.

Elegir una bici es entonces como elegir un coche, la usarás todos los días y hay mucho aspecto a analizar. El tipo de manillar, el asiento, el estado de las ruedas (si es usada), y principalmente el cuadro: el de chicas, que es más cómodo para subirse o bajarse pero también es más pesado (tiene más hierro) y menos estable; el de tíos, más liviano y más estable pero mejor no caer hacia delante; y todas las variantes, como el mixto, con el caño superior más o menos al medio, el de tíos con doble caño, que son las más estables y un largo etcétera.

Y la teoría de la evolución funciona bien aquí. La gente ha adquirido la capacidad de hacer de todo mientras anda, como llevar paraguas, fumar, hablar con el móvil, a veces más de una cosa al mismo tiempo y manejando sin manos. Hasta hay una técnica para la bolsa del súper: con una mano en la espalda (estilo esgrima) se lleva la bolsa apoyada en la parrilla mientras con la otra mano se conduce.

También están los peligros. Los número uno del invierno son el hielo y la lluvia, ideales para el patinazo, pero pasada la temporada hay unos cuantos otros: las vías del tranvía (clavar allí la rueda es caída 100%), la puerta abierta de repente en un coche estacionado (esta suena a dibujos animados pero es delicada), olvidarse del semáforo (x razones obvias), y el tranvía mismo (o en realidad la paranoia cuando se escucha su campana detrás mientras uno va entre las vías). Aunque la peor fantasía de todos sin duda tiene que ver con la noche, los canales, alguna copa de más y los frenos flojos..














Ojo esas vías..